Violencia, corrupción e identidades
Por Alba Silva
La identidad habla de quiénes somos, de aquello que nos afianza a las raíces, los sentimientos que nos unen a lo amado y también al temor. La identidad no es algo único y tampoco delimitado; se configura a través del cambio y la pluralidad: identidades.
Cuando nos preguntan por la identidad nacional ecuatoriana, hinchamos los pulmones y hablamos con vehemencia de las tres regiones, y por supuesto, ¡Galápagos! La comida, los paisajes y la amabilidad de su gente. Lo fatuo de ese discurso ya no alcanza; es hora de hacernos cargo de la violencia y el dolor que conlleva ser ecuatorianos.
La violencia es una variable permanente en la construcción de lo ecuatoriano. Nuestra historia está marcada por la sangre que dejó el colonialismo, que hizo justamente eso: obnubilar la identidad de los cuerpos colonizados. El mestizaje no debe ser visto como una fiesta, sino como un proceso que necesita reivindicar las identidades violentadas dentro del multiculturalismo.
Actualmente, el terror generado por el crimen organizado transnacional lo ha invadido todo. Nos ha despojado del Estado. Observamos cómo crecen los niveles de criminalidad, las muertes, los secuestros, la vulgaridad de los escándalos de corrupción, y nadie se inmuta. Nos quedamos callados, sorprendidos, pero sin voz. Algo trascendental en la construcción de identidad es comprender que el dolor, la vergüenza y el odio no se viven solamente en la esfera de lo privado, sino que moldean los cuerpos de forma colectiva y se inmiscuyen en las narrativas culturales.
La violencia que estamos viviendo en Ecuador no es leve; forma parte de la identidad ecuatoriana y tiene múltiples consecuencias, como la migración masiva, la percepción del Estado fallido, los discursos de odio y la falta del sentido de pertenencia (aspecto fundamental en la construcción de identidades).
No podemos acostumbrarnos a la violencia y quedarnos con el discurso miope de los paisajes bonitos en un país que no respeta ni siquiera las normas de protección ambiental. Es necesario que asumamos que somos un país violento, sin institucionalidad y con una corrupción vulgar. ¿Por qué es necesario asumirlo? Porque a través de la exposición del desorden y el daño se genera la necesidad de resistencia y cohesión social desde las heridas. Cuestionar la violencia del pasado y la actual es mejor que mantenernos desconectados de ella.
OPINIÓN
Alba Silva
Docente de Derecho de la UIDE
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