El circo mediático en el reino animal
Por Juan Negrón Ocasio
Hace apenas un período de tiempo memorable se enfrentaron un burro medio achacoso y un elefante que cada vez que abría la boca le crecía la trompa. El burro llevaba una carga de tiempos remotos. El elefante insinuaciones increíbles que dejaban una cola de cosas apáticas. La lucha férrea entre estas dos bestias fue insólita inesperadamente para los presentes.
En la batalla bestial, los dos animales, intentaban hacer lo imposible para mostrar sus dominios en una selva llena de turbulentas inquisiciones, un barril de tocino hediondo a pelambrera, deslices de millones de otros seres que deambulan sin sino ni esperanzas, y un mundo fuera de su hábitat cada vez más turbulento. Mientras que, estos dos luchaban en vano por el control absoluto de su reino, en otras partes morían miles de hambre, asesinados por lanzamientos de bombas, asaltos, violencias domésticas, robos y pobreza.
El burro en su desquicio, por razones que sólo entienden los de su género, era obligado a comerse a todo dar lo que el elefante le tiraba a empujón con su trompa, que cada vez que barritaba, le crecía más. Fue una batalla feroz en que los pusilánimes animales que observaban sentían, por el burro, la pena de un entierro.
En cambio, la trompa le seguía creciendo al elefante que rodeaba toda la selva. No solamente intrigaba a los de ese hábitat, sino también a otros alrededor del mundo siniestro en que se encontraban. La trompa parecía como una anaconda arrasando con todas las debilidades de los
que no sabían qué hacer ni cómo defenderse. Los atraía con sus garras de engaños y artificios.
Hubo temor, incredibilidad, hasta enfurecimientos y tensiones entre la gran concurrencia de todos los animales terrestres. De nada le sirvió al asno intentar desalentar al paquidermo de sus changuerías. Sin embargo, sentía que su roznido era entrecortado y sentía en el gaznate una mogolla de yerba bruja que le ahogaba. Pensó que su contrincante le había echado algún tipo de brujería enigmática en ese momento de lucha férrea. Aun así, sabía que el elefante retrocedería y le entraría con ganas aunque fuera a patadas hasta vencer a toda la especie maligna de los proboscídeos.
Pero, tristemente, el proboscidio no cedía. Sino que insistía en derrotar al jumento sin treguas ni pausas. Insistía desarticular los bramidos con descaradas mentiras desafiando todas las leyes de las creencias que existen en el reino animal. Se sentía indomable y superior. No obstante, el burro estaba asmático igual que un atleta finalizando un maratón.
No entendía que le sucedía. El aliento le faltaba. Sus pensamientos no coincidían con lo que le salía en sus roznidos. Le era increíble lo que el elefante insistentemente insinuaba con su enorme trompa que ya agarraba a otros animales fuera de su hábitat. El burro sentía que estaba perdido y que no había forma física ni psicológica de vencer al elefante. Que este no cedía en sus ignominias. Sentía el burro que las infamias del proboscidio eran creíbles para los desafortunados seguidores ignorantes y belicosos. Mortificado entendía el burro que los seguidores del elefante harían cualquier cosa por obtener el trono. Que por más que intentaba ser coherente sus berrinches eran indescifrables, inconsistentes. Creyó que la superchería del desafío a la armonía del reino llegaba a su más profundo abismo. No entendía por qué se sentía aturdido en la resistencia y en su contraataque. Las dos bestias, finalmente, pausaron su porfía de luchas y ataques. Ninguno cedió. Ninguno venció.
El reino animal, sin embargo, quedó en suspenso. Cada uno reflexionando. Cada uno preocupado por la lucha salvaje del poder y el dominio. Todos quedaron atónitos porque de ganar el elefante podía ser la muerte para la libertad, la esperanza y la paz.
OPINIÓN
Por Juan Negrón Ocasio
Para Ecuador News
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