Respeto al físico ajeno
Por Cecilia Ugalde Sánchez
Siempre me ha llamado la atención que muchas personas comenten sobre el físico ajeno como si eso fuera normal, correcto o aceptable, y a pesar de que creo que en muchos casos esos comentarios no tienen malicia, lamentablemente son actos normalizados, como lo es comentar sobre el clima, la inseguridad o los políticos de turno.
Alguna vez una persona con sobrepeso frustrada sobre el tema me dijo: “creeme, no necesito que nadie comente al respecto, tengo espejo y sufro cada día de mi vida”, y resulta que sí, que todos sabemos exactamente si nos faltan o sobran libras, espinillas, centímetros, o amigos, parientes o conocidos imprudentes e incluso groseros.
La noción de que el cuerpo ajeno es un asunto privado es fundamental. Cada individuo vive su propia experiencia y enfrenta sus propias inseguridades. Comentar sobre la altura, el peso o la apariencia de alguien puede hacer que esa persona reviva momentos dolorosos o inseguridades que tal vez no son evidentes para los demás, finalmente nadie elige ser cabezón, ojón, tener los brazos peludos o las manos diminutas.
Recuerdo que en algún momento de mi vida me molestaba cuando me preguntaban si hace frío en las alturas, eso en una época en la que pocos se atrevían a sacarme a bailar en una fiesta dado que al que menos le pasaba con media cabeza, sin embargo, una vez que entendí que todo es cuestión de acomodarse, y que incluso puedo bailar sola, esa pregunta me dejó de molestar.
El fenómeno del «body shaming» ha ganado atención en los últimos años, este término describe el acto de avergonzar a alguien por su cuerpo, ya sea a través de críticas directas o comentarios que refuerzan estándares de belleza poco realistas. No lo hagamos, opinar sobre el físico ajeno es innecesario.
OPINIÓN
Cecilia Ugalde Sánchez
Columnista invitado
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