LA OPOSICIÓN NO ENTIENDE LO QUE DEBE ENTENDER
Por: Mariano Jara
La oposición no ha estado, ni está a la altura de las circunstancias del país, esta aseveración salta a la vista, luego de ver y oír los dimes y diretes, acusaciones sin fundamento, llamados a juicio sin sustento y la férrea oposición a todo y nada.
Dada la naturaleza de nuestra crisis, la oposición tendría que estar enfocando sus esfuerzos en proponer un programa que, con una visión de Estado, nos lleve a solucionar problemas estructurales en un marco de estricta unidad nacional.
Sin embargo, hasta ahora la oposición ha sido incapaz de generar estas propuestas, lo que se refleja en su discurso, que se reduce a descalificar las acciones del GOBIERNO DE TURNO y con marca registrada contra la Fiscal General del Estado, Diana Salazar, para llevar a cabo los narcos/juicios. Esto no quiere decir, claro está, que el Presidente no esté cometiendo errores.
La oposición desde la Asamblea Nacional y desde otras tarimas políticas, hacen bien en denunciar estos errores. Con mucha vehemencia dicen que no debemos caminar hacia el “populismo”, pero no indican las nuevas rutas que se deben trazar y seguir.
Peor aún, con frecuencia aducen que se debe regresar por el camino andado, de vuelta a un pasado de pesadilla que la sociedad ecuatoriana repudia masivamente hasta hoy y que no quiere en voz de las mayorías, (el retorno del correísmo).
Sospecho que en la oposición no comprenden dos cosas: las razones por las que ganó Noboa en la elección de octubre y las causas por las que, pese a los malos resultados obtenidos en rubros primordiales como seguridad pública o crecimiento económico, sigue siendo ampliamente popular y favorito para ganar las elecciones en febrero del 2.025.
Luego de la crisis antes y después de la dolarización, se argumentó que el Estado interventor había fracasado inexorablemente y que la revolución ciudadana era la llave para ingresar al primer mundo.
Nos hicieron creer que, únicamente había que mantener la estabilidad macroeconómica y fortalecer el Estado de derecho, implementar algunas reformas complementarias que promoverían la competencia en mercados clave, eliminarían distorsiones y elevarían la calidad del capital humano, una mano de gato a la Constitución de la República y una vez garantizadas estas condiciones, la globalización culminaría la obra maestra.
Estas fueron las promesas chuecas que, en medio de la euforia del “fin de la historia”, nos hicieron los relegados a ser oposición. La bonanza petrolera y de dinero que se vivió con Rafael Correa, pero también estuvo de la mano, el derroche económico, la prepotencia, el desmedido incremento de la burocracia, la invasión de correístas en las instituciones públicas y la maldita corrupción.
La economía se estancó, por lo que no se generaron suficientes empleos para miles de jóvenes que se incorporaban al mercado laboral todos los años, creando el caldo de cultivo perfecto para la frustración, el resentimiento y la violencia. En pocas palabras, crecimos poco y distribuimos mal.
La tasa de desempleo en el Ecuador no refleja la totalidad del mercado laboral. Por eso, es preciso enfocarse en variables como la informalidad, que consiste sobre todo en actividades de subsistencia realizadas por personas que fueron expulsadas o nunca pudieron incorporarse al mercado laboral formal. Los ingresos de los ecuatorianos también se vieron afectados por la falta de dinamismo económico. La mayoría de nuestros compatriotas no percibe suficiente dinero para darle una buena calidad de vida a sus familias.
Nuestras recurrentes crisis económicas borraron de un plumazo los escasos logros en esta materia y lo más triste, es el “Gran Confinamiento en la Miseria” al que están sometidos millones de ecuatorianos. Así de efímero es el “desarrollo” en nuestro país.
En suma, la oposición debe entender que el modelo económico que enarboló durante el correísmo fracasó, por lo que no puede seguir idealizando un pasado que fue generoso con ciertas élites, pero miserable con las mayorías, como si los procesos sociales pudieran revertirse discrecionalmente.
La oposición necesita renovar sus cuadros, pues sus actuales dirigentes llevan a cuestas un desprestigio que los hace interlocutores inválidos. Los cauces para dar una expresión institucional al descontento social se están agotando y no parecen darse cuenta de ello.
Necesitamos una oposición que enriquezca nuestra discusión pública pugnando por un nuevo proyecto de nación; de lo contrario, corremos el riesgo de quedar atrapados entre la Escila de un gobierno que justifica todo bajo el argumento de combatir la corrupción del pasado y de una oposición que descalifica las decisiones del Presidente sin contar con un programa alternativo. Es momento, por el bien del Ecuador, de que por fin entiendan lo que no entienden. Lo que debe quedar claro, por encima de todo, es que pedirles a los ecuatorianos que esperen para que la riqueza ahora sí gotee hacia abajo es un sin/sentido que llevaría a la destrucción de nuestra endeble democracia.