EL CHIMBADOR..
Por Simón Valdivieso Vintimilla
El chimbador es un candidato que no pretende el triunfo en una campaña electoral, sino impedir el de otro. Es un adjetivo coloquial ecuatoriano a decir de la Real Academia, en otras palabras, propio de nosotros y por ende del ejercicio de la política ecuatoriana.
En este contexto, además, es un término que se utiliza para describir a una persona que, después de haber sido elegida bajo la bandera de un partido o movimiento político, cambia de postura o abandona su lealtad a ese grupo para apoyar a otra facción o interés. Este comportamiento suele ser visto como oportunista o traicionero, en buen romance es el “camisetazo” también propio de nuestra clase política.
Y es que el chimbador es de vieja data en el país, en donde la política dejó de ser esa ciencia y arte de gobernar que se preocupa de la organización y administración de un Estado, o esa forma de mantener a la sociedad ordenada con normas y reglas; pensamientos que no cuajan en la realidad ecuatoriana del siglo 21, en lo más temprano, tan es así que en los últimos procesos electorales ha sido más evidente cuando el Estado financia la participación y representación política.
Cuando hablamos de un político tenemos la idea de que es un ciudadano que se dedica a los intereses públicos y que en las sociedades democráticas participa con su opinión, su filosofía política y con sus capacidades en las decisiones que se han de tomar para organizar todo lo que afecte a los intereses comunes, en otras palabras, es aquel ciudadano que actúa por el bien general de la sociedad. El político visto así entendemos es un estadista, aquella persona vinculada al Estado, que lo dirige y controla en forma significativa al poder ejecutivo o al poder legislativo, ergo, un juez no puede ser un político ni un político convertirse en juez.
El chimbador genera desconfianza ya que implica que esa persona no es fiel a sus principios ni a los compromisos asumidos con sus electores; es criticado por no mantener coherencia con sus promesas de campaña o por actuar en beneficio propio, en lugar de responder a los intereses de los votantes que los eligieron. En buen romance es un falso profeta.
Y penosamente para el proceso electoral que se avecina la figura del chimbador está de cuerpo entero, merced a que la ley dispone que los ecuatorianos debemos financiar a los actores políticos. De ahí que la propuesta presidencial de reforma constitucional está bien traída. Es inconcebible que en un país con necesidades en materia de salud y educación se derroche en nombre de la participación democrática.
OPINIÓN
Simón Valdivieso Vintimilla
Columnista invitado
Para ver más noticias, descarga la Edición