Relevo generacional
En la gráfica constan Daniel Roy Gilchrist Noboa Azín (37 años), administrador, empresario y político ecuatoriano, presidente de la República del Ecuador desde el 23 de noviembre de 2023. A su lado, como vicepresidenta electa en 2025, está María José Pinto González Artigas (39 años), empresaria y política. Completa esta nueva tríada de poder Niels Anthonez Olsen Peet (37 años), quien luego de desempeñarse como ministro de Turismo en los gobiernos de Guillermo Lasso y del propio Noboa, ahora ocupa la Presidencia de la Asamblea Nacional.
La imagen de estas tres figuras durante la ceremonia de posesión de Noboa como presidente reelecto quedará grabada en la memoria política del país. No solo por lo simbólico de una nueva etapa sin la omnipresencia del correísmo, que dominó el escenario político durante casi dos décadas, sino también por lo que representa: el inicio de un relevo generacional en la política ecuatoriana. Tres líderes millenials encarnan un cambio de época, una ruptura con las viejas prácticas y estilos de gobernar.
Este relevo en el ámbito político nos remite inevitablemente al año 1979, cuando Jaime Roldós, con apenas 38 años, encabezó la primera presidencia democrática tras la dictadura militar. Junto a él, una nueva generación de jóvenes asumió roles de alta responsabilidad en el gabinete ministerial y en el poder legislativo. Era el ocaso de los caudillos tradicionales y el inicio de una transición generacional. Lo que vivimos hoy, más de cuatro décadas después, se puede mencionar como el segundo gran episodio de renovación política en la historia democrática reciente del Ecuador.
Durante la era correísta, el cambio generacional se vio frustrado. Varias generaciones fueron eclipsadas, absorbidas o desplazadas por el poder concentrado de un caudillo que impuso una narrativa dominante y excluyente. Esa etapa parece haber llegado a su fin. Con tres derrotas electorales consecutivas y una creciente resistencia ciudadana a la figura del caudillo correísta, esta organización enfrenta una pérdida sostenida de legitimidad y representación. Su retorno al poder, al menos en el corto plazo, parece inviable.
Por su parte, la dirigencia del movimiento liderado por el actual presidente, ha logrado de a poco sintonizar con importantes sectores sociales mediante un estilo que se caracteriza por una comunicación directa, presencia en redes, lenguaje sencillo y una cercanía que contrasta con el discurso confrontativo del pasado. Esta forma de relacionarse con la ciudadanía, especialmente con los jóvenes, aún no ha sido del todo comprendida por sus detractores, quizás porque responde a una lógica distinta que ha sido vista como más horizontal y empática.
Claro está, el relevo generacional no basta por sí solo. La legitimidad otorgada en las urnas deberá traducirse en resultados concretos. El presidente electo tiene por delante desafíos monumentales: una economía frágil, un déficit fiscal creciente, la renegociación urgente de la deuda, y, sobre todo, una violencia criminal alimentada por el narcotráfico que ha permeado todos los niveles del Estado y la sociedad y que representa una amenaza real para la gobernabilidad.
El tiempo apremia y la ventana de oportunidad para hacer reformas profundas es estrecha. El capital político de esta nueva generación deberá traducirse en el menor tiempo posible en capacidad de gestión. El éxito del gobierno de Daniel Noboa no será solo el éxito de su administración, será el éxito de una generación que finalmente asume el poder, y de un país que anhela con urgencia nuevas respuestas y nuevos liderazgos. Ecuador no merece que esta oportunidad vuelva a desperdiciarse.
Por : Cristian Bravo Gallardo