Miedo provoca hambre
El miedo provoca hambre en Nueva York
Temerosos de solicitar cupones de alimentos por la política antinmigratoria de la Casa Blanca, más hogares en la ciudad están en riesgo de no tener suficiente comida
Por: Ana B. Nieto
“Hemos tenido que hacer cambios, no porque tengamos recursos sino porque no tenemos más remedio”, explicaba Bethania Perkins, fundadora de la Fundación Cienfuegos en Astoria (Queens). La suya es una de las muchas despensas de comida de caridad que trabajan en la red del Food Bank de Nueva York. Y es una de las pantries que hace entregas en casas.
Y lo hacen porque muchas familias de inmigrantes tienen miedo de salir y hacer la fila. El miedo es más fuerte que el hambre. “Creen que el ICE puede estar a la vuelta de la esquina y muchas familias nos han indicado que no pueden exponerse y arriesgarse a estar en la fila”, admite Perkins.
Como esta fundación, una de cada cuatro organizaciones de la ciudad encargada de programas de emergencia de alimentos han tenido que hacer cambios para poder servir a una población que tiene miedo de las políticas antiinmigración de la presidencia de Donald Trump.
El 36% de las organizaciones que operan en la red de este banco de comidas está teniendo que llevar los alimentos a casas y el 22% entregan los alimentos en horarios distintos y con una mayor discreción para proteger a familias inmigrantes. El 25% están proporcionando servicios específicos a esta comunidad, como asesoría legal y qué hacer con los niños en caso de deportación de los padres.
Estas son algunas de las cifras y tendencias que recoge en su último informe el Food Bank de Nueva York, una organización que como su propia directora Margarette Purvis explica, tiene presencia en el 90% de los códigos postales de la ciudad. Ellos conocen de primera mano el efecto de la pobreza, la desigualdad y el miedo.
“El hambre no es aleatoria en la ciudad, es personal y sabemos dónde vive”, dice Purvis, fundamentalmente en Brooklyn, El Bronx y Queens. Esta mujer explica que crea un plan de seguridad “nunca hasta ahora había sido cometido del Food Bank”.
Aunque la regla de la carga pública –que en esencia permite a las autoridades de inmigración denegar la residencia a quien haya hecho uso de programas sociales, entre ellos los cupones de comida– está atascada en los tribunales y no se aplica aún, su efecto si está vigente. “La nueva barrera para acceder a SNAP es el miedo”, lamenta Purvis.
Perkins, que atiende por semana a unas 600 personas con una plantilla de apenas 10 voluntarios, explicaba que la gente ve como personas están perdiendo incluso su residencia o green card y se corre la voz de que es por usar servicios de asistencia social. La información no siempre es correcta pero el temor fluye igual por lo que inmediatamente dejan de usarlos.
Si tradicionalmente quienes acuden a estas organizaciones piden ayuda para solicitar cupones de comida, este año los inmigrantes que lo han hecho son el 5%, frente al 24% del año anterior. Ni siquiera ayuda para hacer taxes y solicitar el crédito de ingresos del trabajo (EITC), algo que se considera como la mejor herramienta en la lucha contra la pobreza.
Algo más de 1.5 millones de personas en la ciudad usa cupones de comida (SNAP), concedidos por el Gobierno, que no son siempre suficientes para llegar a fin de mes debido a los muchos recortes que ha habido en el pasado. Food Bank ayuda con la caridad a suplir cuando no se llega.
“Solo porque los comedores sociales y las despensas tienen el corazón de servir a la gente no significa que tengan la responsabilidad de reemplazar al Gobierno”, explicaba Purvis. “Ninguna organización, por bonito que sea su anuario ni por conectado que esté su consejo de dirección, puede sustituir al Gobierno”, explicaba esta mujer.
Purvis dice que la red del Food Bank está buscando soluciones imaginativas para intentar atender a cada vez más personas, no solo inmigrantes sino también quienes que tienen que calcular pagar el alquiler o la metrocard o comer. Cuando se le pregunta por el efecto de la subida del salario mínimo en la ciudad la presidenta de esta organización dice que debido a los aumentos del alquiler hay más necesidad de los servicios que presta su organización.
Purvis lo califica de crítico. Y lo hace porque así se lo indican los números que maneja.
El 85% de las despensas de comida y comedores han visto caras nuevas para hacer uso de sus servicios este año. Es decir, que durante el ciclo de expansión económica más prolongado de la historia reciente, en una de las ciudades en las que más dinero se gestiona, más personas han tenido que ir por primera vez a una organización afiliada al Food Bank para evitar o minimizar el hambre. El 74% de las despensas y comedores ha experimentado un aumento de asistencia.
Hay más familias con hijos yendo a las pantries y soups kitchens y hay más personas mayores además de inmigrantes.
Como resultado el 21% han tenido que estar abiertas más horas. Hospitales y universidades están mandado a personas a estos centros de reparto de comida para paliar una necesidad que se hace evidente entre estudiantes y enfermos.
El presidente del Concejo municipal Corey Johnson y el concejal Rafael Salamanca recibieron un premio por su labor en la lucha contra el hambre y ambos lamentaron que en una de las ciudades más ricas del país más de un millón de personas tengan inseguridad alimentaria. “El hambre es un fenómeno completamente evitable en esta ciudad”, aseguró Johnson.
Purvis teme que la situación empeore porque el gobierno de Donald Trump intenta cambiar muchas de las políticas centrales para el programa SNAP que puede disminuir fuertemente el número de personas beneficiadas por estas. El gobierno conservador tiene una propuesta para evitar que los estados den beneficios a adultos sin discapacidades o dependientes que no tienen trabajo constante. Es algo que puede solucionarse cuando el mercado laboral está en buen momento pero no en muchas áreas del país, donde falta el empleo y no cuando el desempleo se eleva.
Además, Trump quiere cambiar la definición y cálculo de la pobreza que es ya bastante bajo. El gobierno quiere eliminar la elegibilidad de 3.1 millones de personas para calificar para SNAP entre otras medidas.
El Gobierno de Washington puede eliminar los SNAP para unos 200,000 neoyorquinos por los beneficios sociales a los que tienen acceso y ha dado indicaciones de comprometer la capacidad de la ciudad de ofrecer almuerzo universal gratuito en las escuelas. Muchas familias, unas 450,000 perderían unos $63 al mes en beneficios. “Puede sonar a poco pero para gente que cuenta centavos es una cantidad muy alta”, recordaba Purvis. Es como dejar de tener nueve millones de comidas cada mes en una ciudad en la que ya se pierden muchas.
Johnson dijo que “es enfermo y una locura” que Trump haga que los beneficios sean más difíciles para los más vulnerables.
El líder del Concejo dijo que Nueva York es la gran ciudad del mundo “pero puede serlo más. El progreso y la justicia no son una garantía y los que creemos que vivimos en la mejor ciudad tenemos que trabajar más para hacerla aún mejor”
El congresista Jerry Nadler, presidente del comité judicial de la Cámara de Representantes, explicaba en este mismo acto que es fácil vivir en una ciudad como Nueva York y saber que la ciudad resulta ser precaria para muchos. “No podemos olvidar”.
Nadler afirmó que se viven momentos peligrosos por cuestiones como el cambio climático (“una amenaza existencial”) y “una Administración federal que es una amenaza” para derechos civiles y libertades. El congresista, que tendrá en sus manos el juicio político al presidente Trump, explicó que pese a la misión crucial que tienen ahora en sus manos, “no podemos olvidar que la gente tiene que comer y necesitamos avanzar mucho en eso”.
Parece distinto, la necesidad es la misma
Cuando era niña, la dominicana Bethania Perkins recuerda haberse ido más de una noche a la cama con hambre. Tenía 12 años cuando su familia dejó la localidad de Cienfuegos en la isla y se instaló en Nueva York. Distinto escenario pero con los bajos ingresos de la familia, una necesidad similar.
“Mi madre nos mandaba al campamento de verano para que comiéramos”.
Con la ayuda de becas, Perkins fue la primera de su familia en ir a la Universidad. En 2014 puso en marcha una fundación en su Cienfuegos natal para atender a enfermos y discapacitados. “La situación allí es de extrema pobreza”. En Nueva York hay una extrema riqueza pero no está repartida y ella empezó a ver que en su entorno se planteaban las mismas necesidades. “Lo sé porque es personal, lo he vivido”.
Por eso la Fundación Cienfuegos ha abierto también en Astoria, Queens y opera con otras nueve personas que son voluntarias para dar servicio a unas 575 personas por semanas. Buscan donantes, reparte comida del Food Bank y asesoran a familias para que conozcan los recursos que pueden tener a su disposición. “Hace poco llegó una madre con un bebé de apenas unas semanas diciendo que tenía hambre, una inmigrante rusa, ya la hemos conectado con los recursos de SNAP”.
Perkins dice que conoce el miedo de quienes acuden a su organización. “Una persona nos dijo que no quería cupones de comida (Snap) porque tenía un amigo al que no le habían renovado la green card (residencia) por primera vez y se ha tenido que volver a la República Dominicana, no saben porqué pero no quieren que les pase como a él. Lo malo es que hay abogados que les dicen que no tomen la ayuda”, lamenta.
Su organización, que tiene además una unidad móvil en Mott Haven (El Bronx) es una de las que están haciendo envíos de comidas a casas de inmigrantes. También atienden a muchos trabajadores que ganan el salario mínimo y familias en las que varios miembros de esta trabajan pero no les da para pagar la renta y tener cena.