Psicología política
Psicología política
Aristóteles (381-322) y otros pensadores de la Antigüedad se preocuparon del tema y observaron que el pensamiento, la emotividad y la conducta de los actores políticos obedecían a motivaciones profundas de orden psicológico.
De modo que el impacto de la personalidad de los líderes políticos en la vida de la comunidad era ya cosa averiguada en aquellos tiempos.
Más tarde Nicolás Maquiavelo, afrontando los temas psicológicos en relación con la política, exhortó a los gobernantes a estudiar la naturaleza humana para que pudieran conducir a sus pueblos eficazmente y alcanzar éxito en su gestión política.
Por supuesto que en el siglo XX los análisis se tornaron más científicos. Graham Wallas, con su libro “Human Nature in Politics”, fue uno de los precursores de la nueva disciplina científica.
El politólogo norteamericano Harold D. Lasswell —a quien se suele considerar como uno de los fundadores de la moderna psicología política—, en su libro “Psychopathology and Politics”, valiéndose de los análisis de Sigmund Freud, afirmó que los comportamientos de los líderes y de los activistas de la política obedecen a profundas y escondidas motivaciones personales, aunque ellos no lo sepan o no lo reconozcan e invoquen el interés público como la fuente de inspiración de sus actos.
Y lo grave está, decía Lasswell, en que muchos de ellos bordean la psicopatología. Lo cual explica algunos de los demenciales sucesos de la historia. Con frecuencia se citan los casos extremos de Mussolini, Stalin, Hitler, Mao, Trujillo, Batista, Somoza y otros, como prueba de los estragos que la psicopatología de los líderes causa en el destino de sus pueblos.
Los delirios de grandeza, el narcisismo, los complejos de inferioridad, los afanes de notoriedad, la falta de seguridad en sí mismos y los traumas por viejas humillaciones infantiles guardadas en el subconsciente inciden en la vida política y llevan al culto de la personalidad, a la violencia compulsiva, al autoritarismo y a la brutalidad en el ejercicio del poder.
El filósofo alemán Federico Nietzsche denominaba “voluntad de poder” al ímpetu o impulso humano por mandar y ser obedecido. Buena parte de los hechos históricos ha girado alrededor de ese fenómeno, que en ciertos casos ha tenido rasgos patológicos: ha sido una expresión compensatoria de las debilidades germinales o la revancha ante la vida por pasadas humillaciones o carencias.
Esa es la explicación, en muchos casos, de la insaciable lujuria de poder. Por eso es tan diferente el uso que dan al mando político los seres equilibrados y emocionalmente sanos, que los inseguros, apocados o neuróticos. Y la historia muestra muchos ejemplos de ello.
OPINIÓN
Por Rodrigo Borja Cevallos
Ex Presidente Constitucional de la República del Ecuador
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