El impredecible Mr. Tump
El 8 de noviembre de 2016, Donald Trump venció en las elecciones presidenciales a la ex primera dama Hillary Clinton. Entre sus muchas declaraciones se destacan: Los medios de comunicación son un “sistema corrupto” que controla la vida de todos e impide a la gente conocer lo que realmente sucede. Para hacer grande de nuevo a EEUU, propuso anular los tratados comerciales TPP y NAFTA; colaborar con Moscú para derrotar al Estado Islámico; desmantelar la OTAN, costoso brazo armado que no sirve para nada; investigar lo que realmente sucedió el 9/11, cuya versión oficial es, según Trump, una flagrante mentira que contradice las leyes de la física; auditar al Banco de la Reserva Federal, FED, entidad privada que controla el sistema financiero de EEUU; cesar el envío al extranjero de las fábricas de EEUU, e imponer impuestos a las ganancias exorbitantes de Wall Street, que dan luz verde a la concentración del 99% de la riqueza en el 1% de la población. Se le debe dar el mérito de que estas cosas las dice por primera vez un presidente de Estados Unidos.
Ese triunfo y el actual traen patas arriba a algunos estadounidenses asustadizos. Para entender este miedo hay que ir a sus raíces. Los derrotados son los neocon, sector que impuso al mundo la globalización y el neoliberalismo, doctrinas de la total libertad económica y comercial, de la fuerte reducción del gasto social y de la intervención privada en las competencias del Estado. La política financiera neoliberal permitió el endeudamiento sin límites y la emisión de dólares de manera inorgánica (cuando Obama era presidente, EE.UU. debía diez billones, ahora debe más del triple). Por eso, hoy día circula tanto dinero como para comprar diez veces el planeta entero.
Por otra parte, están los nacionalistas, en cierta manera representados por Trump, quien, cuando arribó al mundo político de Washington, que llamó la cloaca, parecía ser el enterrador del sistema bicéfalo de EEUU.
Las discordias entre internacionalistas y nacionalistas son dos caras de la misma moneda, la que busca mantener la hegemonía mediante la globalización de su industria y la del Presidente Trump, que para volver a EEUU un país grande, optó a raja tabla por el proteccionismo, lo que va contra las reglas del neoliberalismo. Parece que los neocon no aceptaron ni su propia derrota ni las propuestas de Trump, por lo que, para pescar en río revuelto, impulsan el actual desbarajuste. Para ello satanizan la figura de Trump, tarea bastante fácil, pues en muchas ocasiones él mismo colabora.
El 7 de noviembre de 2020, Joe Biden ganó las elecciones presidenciales, derrotó a Donald Trump. Fue la segunda vez que un presidente estadounidense no alcanzó la reelección. El 6 de enero de 2021, los partidarios del Presidente Trump irrumpieron en el Capitolio de los Estados Unidos en un esfuerzo infructuoso por interrumpir el recuento de votos del Colegio Electoral presidencial.
El 5 de noviembre de 2024, Donald Trump ganó un segundo mandato frente a la vicepresidenta y candidata demócrata Kamala Harris.
Se recuerda que para Trump el enemigo número uno de su país es China y busca mejorar las relaciones con Moscú, para que en esta confrontación Rusia permanezca por lo menos neutral. En cambio, los neoncon mantienen la vieja estrategia de primero derrotar a Rusia, para luego enfrentar a China.
El triunfo de Trump, quien a su manera representa el interés nacional de EEUU, hace crujir los dientes a algunos sectores del establishment estadounidense y a sus títeres de Europa y el resto del mundo. Están aturdidos e intentan implementar sobre la marcha un plan B que les permita actuar ante este impredecible magnate, de cuyo uppercut no se recuperan todavía, y en lugar de arrojar la toalla buscan colaborar con la OTAN para forjar una unidad que los proteja de la “agresiva Rusia”; se semejan a un zombi incapacitado de resucitar, igual que sus vasallos de los ex países socialistas.
Es que si uno se detiene a pensar, concluye que no puede ser que los neocon, después de afirmar que para superar sus problemas EEUU necesitaba de un nuevo Pearl Harbor, y que tanto provecho sacaron del 9/11, se queden con las brazos cruzados y sonriendo de oreja a oreja abran de par en par las puertas de la Casa Blanca y le digan a Trump: “Siga no más y desmonte nuestro proyecto”. Al contrario, eso no va a pasar porque tienen cualquier cantidad de ases bajo la manga para ablandar a Trump. Los neocon respaldarían cualquier acción que frenara a Trump, incluido su asesinato. La pelea recién acaba de empezar y las contradicciones ocultas comienzan a surgir. Las cartas están sobre la mesa, ganará el que mejor las juegue. Trump es un gran jugador, pero los neocon no se quedan atrás. Todo está por verse.
Cualquiera pensaría que con el arrollador triunfo con el que Trump volvió a la Casa Blanca, trataría de resolver el problema de la deuda de su país, el más grave de todos.
Los especialistas afirman que uno de los problemas que provocará una nueva crisis mundial es la deuda pública de EEUU, que tiene visos de ser una dolencia incurable. El multimillonario Warren Buffett la describe como una “bomba financiera de relojería”. La deuda de Estados Unidos ha alcanzado tan fabulosa cifra que ni siquiera se conoce con certeza a cuánto asciende. ¿La podrá EEUU pagar algún día? ¿Qué pasaría si no la paga? Tal vez, la única vía sea el desconocimiento de la emisión inorgánica anterior, lo que significaría el fin del sistema financiero internacional.
Antes de que Obama fuera electo presidente se consideraba que habría una hecatombe financiera si la deuda de EEUU llegaba a 10 billones de dólares; eso pasó y nada sucedió. Es más, durante su administración la deuda se incrementó de 10.6 a 18.5 billones de dólares y actualmente ha superado los 36.5 billones de dólares.
¿Quién tiene la culpa de este descalabro? La FED, “una entidad con una estructura público-privada en su gobierno”, cuyo dueño es un cogollo de banqueros dispuesto a todo con tal de conservar el privilegio de imprimir moneda internacional sin respaldo alguno. Se trata de un banco central independiente que, desde su creación en 1913, pertenece a doce bancos privados, cuyos accionistas son desconocidos y cuyas decisiones no deben ser ratificadas ni siquiera por el presidente de EEUU, ni por ningún otro órgano estatal, ni tampoco rinde cuentas a nadie.
La afirmación de Mayer Rothschild: “Denme la posibilidad de imprimir el dinero de un país, y no tendré problemas con sus leyes”, ayuda a entender el meollo de la actual crisis mundial; sólo habría que intercambiar las palabras dinero por dólar y país por mundo, o sea, decir: “Denme la posibilidad de imprimir los dólares del mundo, y no tendré problemas con sus leyes”. Casi todos los dólares que circulan por el planeta son virtuales y no tienen respaldado de ningún tipo; se trata de una masa monetaria creada de la nada, que fluye de mano en mano mientras le dure su único sostén, la fe en la buena fe del sistema. Pero como todo plazo se cumple, esta pirámide sistémica está condenada a derrumbarse.
Y cuando se esperaba que Trump tome al toro por los cuernos, sorprende a todos al declarar una guerra arancelaria contra el mundo entero. El país más castigado, China.
Al respecto, Víctor Gao, experto chino en relaciones internacionales, declaró: “China está totalmente preparada para luchar hasta el final. El mundo es tan grande que EEUU no representa la totalidad del mercado mundial. Así que, si Estados Unidos quiere aislarse completamente del mercado chino, bienvenido sea”. Gao, que fue traductor de Deng Xiaoping, al ser preguntado sobre las preocupaciones de Pekín de perder el 15 % de su mercado de exportación a Estados Unidos, contestó: “No nos importa, nos da igual. China ha estado aquí durante 5.000 años; durante la mayor parte de ese tiempo no existía EEUU y sobrevivimos. Si Estados Unidos quiere intimidar a China, afrontaremos la situación sin EEUU. Y esperamos sobrevivir otros 5.000 años. No intenten imponer sus prejuicios”.
Por lo visto, la única posibilidad de que Trump llegue a un acuerdo con China es que cambie su actitud hacia ese país y muestre respeto hacia su pueblo. Por otra parte, si ambos países no toman medidas para corregir todos los aranceles, se producirá una recesión global. Así opina el multimillonario Bill Ackman, que respaldó la campaña de Trump, quien expresó: “Si no se aplica una pausa, el mundo se dirigirá hacia un invierno nuclear económico autoinfligido”. Y, según The Washington Post, Elon Musk se habría dirigido personalmente a Trump con la petición de que reconsiderara sus medidas; además calificó a Peter Navarro, el principal asesor comercial de Trump, de ser más tonto que un saco de ladrillos. Posiblemente, ambos se dan cuenta de que China no va a sucumbir por altos que sean los aranceles que les impongan.
Por: Rodolfo Bueno